domingo, 11 de noviembre de 2012


Reencuentro

Mi salud se ha deteriorado considerablemente. Hace seis meses  que me dieron la terrible noticia de mi enfermedad. Me sigo negando a recibir el tratamiento que me recomendó el doctor Reséndiz. Literalmente me estoy dejando morir. He perdido mi trabajo y de mis ahorros ya casi no queda nada.
Mi madre ya se cansó de rogarme que acepte los retrovirales, y mis amigas, de insistir en el teléfono. Jamás les contesté. Ana, mi hermana, me ha visitado en varias ocasiones y siempre terminamos peleando, por su necedad de que debo reiniciar mi vida. ¡Qué les importa si ya no quiero seguir viviendo!
Hoy me llamó Alejandro, no lo hacía desde la última vez que lo mande  a la chingada. Por su maldita culpa me estoy muriendo y todavía el idiota quiere que le dé una oportunidad. Desde que le dije que estábamos enfermos comenzó a ver a un médico. Él se está tratando y lleva una vida, hasta cierto punto, normal. Me preguntó si podría venir a mi casa, ya que teníamos mucho que hablar. Después de mucha insistencia, terminé aceptando.
Cuando llegó, no vi al hombre del que siempre estuve enamorada. Vi un Alejandro derrotado y arrepentido. Lejos de sentir compasión me dio mucha rabia verlo. Se veía tan sano... Fríamente lo invité a pasar. Nos sentamos en la sala. Le solté todas las interrogantes que tenía guardadas desde hacía seis meses y a las cuáles nunca había encontrado respuesta.  ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Con quién? y sobre todo, por qué si de verdad me amaba como decía no tuvo el cuidado necesario. Me contó que en sus viajes a Estados Unidos, en Chicago, conoció a una mujer con la cual vivió una relación amorosa. Después de tanto tiempo de conocerla, llegó a sentir la confianza de no protegerse. La última vez que fue -dijo- antes de que me dieran el diagnóstico, ella le confesó que era casada, pero  al mismo tiempo tenía relaciones sexuales con varias personas. Lo qué provocó que él diera por terminada esa relación.  Esa fue una de las razones por las que decidió dejar de viajar y proponerme que vivieramos juntos.
Me preguntó que podría hacer para que lo perdonara. “Devuélveme mi salud y mi vida, pendejo” Le solté muy molesta. Lloramos juntos por largo rato y me dijo que dedicaría todo el tiempo que le quedara en cuidarme. Pidió perdón y me propuso matrimonio. Acepté.

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